DE IMAGINACIÓN Y CINE

Fotografía Alexandra Bastedo © David Bailey

La imaginación, ese aliento vital que nos sostiene, se convierte en un requisito indispensable para navegar por la existencia. A través del arte, y en particular del cine, la vida se torna un laberinto fascinante, donde lo real y lo imaginario se entrelazan en un abrazo eterno. En la España gris de los años 70, Joaquín Romero Marchent filmó en Cabanas “El clan de los nazarenos”. Esta película, que reunió a un elenco de notables actores como Javier Escrivá, Alexandra Bastedo, Sandra Mozarowsky, António Sabato, y Toni Isbert, nos presenta la historia de un fraile despojado de su fe, quien, al abandonar los hábitos, se embarca en una insólita cruzada con un grupo de exconvictos, buscando despertar la ira divina a través de sus actos criminales.
Recuerdo el día en que el equipo de cine llegó a nuestra pequeña aldea; fue un acontecimiento que iluminó la rutina. Dos motos Norton Commando rugían, un Triumph descapotable brillaba bajo el sol, y el despliegue del rodaje, con todo su atrezzo, traía consigo una magia palpable, con actores y actrices de encantadora e irresistible belleza que parecían quitadas de un sueño.
Cuando el rodaje se trasladaba a los exteriores y el horario escolar lo permitía, me acercaba, curioso, intentando desentrañar el misterio del séptimo arte. Palabras como “claqueta”, “acción”, “encuadre”, “fundido”, “travelling”, “contrapicado”… danzaban en el aire, nuevas y fascinantes. Cada escena, un universo en sí misma, requería horas de dedicación.

Al salir del colegio, a menudo veía a Alexandra paseando, cruzando el puente. No necesitaba mirar sus ojos azules para entender que la belleza no es un mero sueño, sino una realidad tangible.
Un día, me atreví a saludarla y, con una sonrisa, me respondió en un castellano impecable. Me preguntó mi nombre y se despidió. Al día siguiente, fue ella quien me buscó, abriendo su bolso para sacar una fotografía firmada, un regalo que atesoré. Este pequeño tesoro se perdió en el tiempo, hasta que, recientemente, apareció intacto entre las páginas de un libro.

La fotografía, capturada por el fotógrafo británico David Bailey cuando Alexandra apenas contaba 28 años, me recuerda la extraña avidez humana por las imágenes. Si entendemos que estas son vida fingida, una ilusión, resulta desconcertante el deseo de complicar nuestra existencia con tales imágenes. Quizás, como diría Pessoa, la respuesta resida en el nombre que otorgamos a las cosas, en el placer que nos brindan y en la búsqueda incesante de la Belleza en este mundo.

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